Como Platón lo precisa expresamente en una de sus páginas más famosas, el espectáculo de la luz tiene, como consecuencia obligada, la invisibilidad de lo real. El prisionero de la caverna, que ve allí poco y mal, sólo ganar al salir y ya no ver nada más:
«Una vez llegado a la luz, tendría los ojos deslumbrados por su destello, y no podría ver ninguno de los objetos que llamamos en este momento verdaderos». De modo que desearía volver en seguida a su caverna, es decir, volver a lo real, «volviendo a las cosas que puede ver», a esas cosas que él creía y de las que tendría buenas razones de creer «realmente más distintas que las que se le muestran». Clément Rosset
En su calidad de instrumentos para ver, o de espejos, los códices adivinatorios permitían a los adivinos ver cosas, que de ordinario son oscuras: por ejemplo, el futuro.
Elizabeth Hill Boone